Todo lo que queda del grupo céltico son cuatro
lenguas situadas en Irlanda, Gran Bretaña y la costa noroccidental de
Francia. Las lenguas célticas, habladas ampliamente en Europa
occidental en el primer milenio a. C., han experimentado un declive gradual
desde los tiempos romanos, cuando el latín reemplazó al galo en Francia.
Sobreviven hoy en día en las extremidades noroccidentales de Europa, siendo
de todas ellas la más vigorosa el galés, con millón y medio de hablantes,
seguida del bretón, con casi un millón.
El grupo céltico de lenguas ocupa una posición
intermedia, cronológicamente hablando, dentro de la familia indoeuropea.
En efecto, hace su aparición después del hitita
(2.000 a. C.), griego (1.400 a. C.), sánscrito
(1.000 a. C.), iranio (700 a. C.) y latín
(600 a. C.), pero antes del germánico (siglo I
d. C.), armenio (siglo V d. C.), tocario
(siglo VII d. C.), eslavo (IV d. C.), báltico
(XV d. C.) y albanés (siglo XVI d. C.). En
cuanto al orden de aparición de las lenguas célticas hay dos teorías
contradictorias entre sí: la primera afirma que las lenguas célticas
insulares constituyen una unidad frente a las célticas
continentales, mientras que la segunda teoría postula que existe una
unidad galo-brytónica, más arcaica, frente al goidélico, celtibérico y
lepóntico.
El grupo céltico de lenguas se divide
actualmente en el céltico insular y el céltico continental, términos que
reflejan la distribución geográfica de estas lenguas en Europa y Asia
Menor. El céltico insular se subdivide en dos ramas : el goidélico, cuyos
modernos descendientes son el irlandés, el gaélico-escocés y el
manés, y el brytónico, que comprende el galés,
cornuallés y bretón. Aunque
este último se sitúa en el continente, se le incluye entre las lenguas
célticas insulares porque deriva del brytónico en el siglo V d. C. El
céltico continental incluye el galo, lepóntico,
hispano-céltico
(celtíbero) y gálata; todas estas lenguas se extinguieron alrededor del
siglo VII d. C.
El nombre celta procede del griego keltoi,
usado por los geógrafos griegos para designar a los pueblos que habitaban
Europa central en la primera mitad del primer milenio a. C. La primera
referencia a este pueblo la hallamos en la Ora Marítima de Avieno, procónsul
en África en el 336 d. C., basándose en un original griego del siglo VI
a. C., aunque se encuentran esparcidas diversas alusiones a los celtas en
Hecateo de Mileto (450 a. C.), Herodoto (450 a. C.) y Aristóteles (330 a. C.).
Los
celtas están asociados a los hallazgos arqueológicos que revelan la
existencia de una cultura del hierro y de las armas en Europa central, esparciéndose
hacia la mitad meridional del continente. También están asociados
con la cultura Halsttat (siglos VIII-V a. C.), cuyo sucesor más conspicuo es
la cultura de La Tène (siglos V-I a. C.).
A estas alturas los celtas van a aparecer
en los registros romanos como los galli, siendo reconocidos como adversarios
temibles que se asientan en masa en el Valle de la Lombardía y hacen tambalear
al Estado etrusco, saqueando Roma en el 390 a. C. Durante los siglos IV y III
a. C. los celtas se establecerán en las Islas Británicas y en Asia Menor.
Por
lo tanto los keltoi de los griegos son los galli de los
romanos, aunque en la antigüedad esa identidad no siempre fue entendida.
Por ejemplo, César se refiere a las tribus por sus nombres individuales:
aedui, belgae, helvetti, boii, etc, aunque reconoce que comparten ciertas características
culturales (por ejemplo instituciones religiosas y una aristocracia
guerrera). Su unidad lingüística se pone de manifiesto por Tácito al
notar la similitud entre las lenguas brytónicas y las galas y Jerónimo indica que los gálatas le recordaban el dialecto galo de
Tréveris.
Al mismo tiempo que se produce la
difusión de la lengua y la cultura celtas por Europa, y también se produce
su declive. Las comunidades de habla céltica viviendo en la Península
Ibérica, Galia e Italia septentrional, van a ser absorbidas por Roma
asimilando el latín, aunque sobreviviendo algunas bolsas durante bastante
tiempo (hay testimonios de gálatas hablantes en el siglo IV d. C.). El
extremo geográfico donde las lenguas célticas se mantuvieron dentro de la Romanitas
eran las islas británicas; allí las lenguas nativas sobrevivieron lo
suficiente para volver a expandirse por el continente y desarrollar lenguas de
dominio en varios estados medievales, antes de caer en un continuo declive iniciado
con la pérdida de independencia política y aislamiento económico
en el siglo XVI. Tanto si fueron lenguas que estuvieron más allá del
control romano como aquellas que estuvieron bajo su dominio, el destino final
de todas ellas fue el mismo; incluso el irlandés, manés y gaélico escocés
que habían permanecido como lenguas vivas y viables un milenio después de la
caída de Roma, comenzaron un declive con el advenimiento del estado centralizado
y del capitalismo. |